“No hay ciegos, sino cegueras” y las palabras son nuestro territorio, escribe Magali Velasco.
Desde que comenzó la contingencia en otros países a propósito del virus COVID-19, el libro que recurrente ha venido a mi memoria es Ensayo sobre la ceguera, del gran portugués José Saramago. No La peste de Albert Camus, no el Apocalipsis de la Biblia ni los infiernos de Dante.

Recuerdo que en el 2000 leí esta novela cuando nos tocó ser parte de los miedos ancestrales por el cambio de siglo, el terror a un desastre económico porque se borrarían los números en los sistemas, el daño real a la capa de ozono y tantos otros escenarios que anunciaban cataclismos en puerta. Sucedió la caída de las Torres en Nueva York y se avivó el horror, seguro habría una Tercera Guerra Mundial. Pero al parecer, aquellas formas bélicas se habían quedado en el siglo XX, aún había futuro y ganas de hacer bebés mientras que los hipermillonarios con su hipercapitalismo saqueaban la Tierra y las almas ya no de sus esclavos sino de sus voluntarios consumidores.
La novela de Saramago es un ensayo que postula: no hay ciegos sino cegueras.